“Mente clara y energía para caminar con paso firme, hacia adelante, sin voltear atrás, porque de las caídas, nos hemos levantado una y todas las veces que han sido necesarias y ya no nos asustan las heridas, nos llenamos de esperanzas y de enseñanzas, haciéndonos más fuertes de lo que ya somos y más aún, en estos tiempos pandémicos, como el que nos ha tocado vivir. ¡Adelante!”
La vida es tan hermosa y completa, que nos enseña tanto de los éxitos como de las caídas. El 8 de marzo del año 2020, justo ese día de la mujer, salí de mi casa rumbo a Tegucigalpa por motivos laborales. Todo iba según lo planificado, hasta que llegó la pandemia y las alarmas internacionales iniciaron, cerrándose las fronteras, y así, el caos y este período lleno de incertidumbre no solo para mí, sino para la humanidad en general, comenzaba.
Al cabo de unas semanas, decidí arriesgarme a regresar a El Salvador por la única vía posible en ese momento: la terrestre. Con esta decisión, “me entregaba” a las autoridades de salud salvadoreña, tal prófuga de la justicia (me sentía), para luego comenzar a vivir una experiencia de vida que no olvidaré jamás, la cual duró 27 días, al interior de un centro de contención.
El Sistema Nacional Integrado de Salud en El Salvador, con el fin de dar respuesta a la cuarentena obligatoria, comenzó a aislar a quienes proveníamos de otros países, y para dar atención diferenciada, a los diversos casos y situaciones generadas por la pandemia, se crearon los centros de contención, lugares destinados para albergar y dar atención a personas sanas en cuarentena controlada, esto fue en mi caso; ya que también habían centros de contención para enfermos de COVID-19, y para el personal médico de primera línea.
Ante este panorama, nunca sabré las razones, por las que me tocó ir al Hotel Bahía del Sol, ubicado en la playa Costa del Sol en el departamento de La Paz. Ese lugar idílico, que en otro tiempo visité en vacaciones, se transformó en mi centro de contención. Se lee fácil, pero al interior de mi ser, se removían distintas emociones y un sinfín de pensamientos: miedo, angustia, enfermedad, pero, sobre todo; incertidumbre.
Esos 27 días de encierro literal, pues ni al patio de la cabaña ni menos al mar se podía salir, me ayudaron a reflexionar, a creer, a ser más fuerte y a crecer. Muchas personas estuvieron pendientes de mí, partiendo por mi familia, mis amigos, personas conocidas, todos quienes me regalaban una palabra de aliento, una sonrisa, un mensaje, una llamada, en fin, tantas cosas bonitas que agradezco hasta hoy y que me mantenían con el espíritu en alto, llenándome de esperanza.
Me considero una mujer decidida, arriesgada y luchadora, aunque con el paso del tiempo, he ido siendo más prudente y observadora, pero eso sí: vaya donde vaya, siempre intento llevar motivación, actitud positiva y una buena energía. Y esta situación, no fue la excepción. Debido a esto, empecé a compartir día a día en mi muro de Facebook, UNA palabra, llena de reflexiones y vivencias, sin duda, ese trabajo de escritura se transformó en un ejercicio liberador y sanador, en el cual me inyectaba de positivismo a mí misma y sé que, a mucha gente, también le sirvió.
Pero, sin ninguna duda, la mayor riqueza de ese tiempo fue encontrarme cara a cara con la práctica de la respiración y la meditación, eso, aunque no lo crean, me salvó y lo sigue haciendo hasta hoy, salvándome de mí misma, de mis pensamientos, de mis temores, de mis fantasmas, ayudándome a fluir y a soltar.
Como me gustó tanto el tema, desde esos días de encierro en adelante, he seguido practicando y aprendiendo. De hecho, hace unos días atrás, participé en una práctica de meditación en forma presencial con un maestro de la India, donde tuvimos un espacio de intercambio, y me surgió hacerle la pregunta del millón: “Maestro ¿cómo se puede ser feliz, cuando vivimos en una realidad que no nos gusta, cuando hay miedo e incertidumbre?
Él, después de escuchar mi pregunta traducida al inglés, me sonrió, diciendo que nosotros decidimos, en todo momento, si queremos ser felices, para estar bien con nosotros mismos, pues no vale la pena ayudar a alguien que está en la miseria y luego pasar todo el día sintiéndote miserable, cuando quizás el otro en su misma miseria, está bien.
El maestro continuó diciendo: “se necesitan dos cosas: buena energía y mente clara, ya que a veces queremos controlarlo todo, sin embargo, hay que dejar que la divinidad actúe, no podemos pretender hacer nuestra tarea y la de la divinidad, porque entonces la carga es tan pesada que no disfrutamos la vida y nos creemos los héroes en todo minuto”.
Al tratar de ser más conscientes, desde el aquí y el ahora, dejamos a un lado el querer controlarlo todo, y vamos dejando que Dios, Jehová, Buda, divinidad, energía universal o como quieras llamarle, haga su parte.
Yo, en mis 27 días de encierro, lo percibí, y puedo dar fe que es así, cuando estás enfocada y abierta a las posibilidades, a pesar del temor, a pesar de la incertidumbre, cada día es un regalo, para transformar tu jardín interior, tu mundo personal, y desde ahí, irradiar algo de esa transformación personal, para compartirla con el mundo exterior.
Creo que de eso se trata la vida, que cuando nos acerquemos a alguien, al llegar a nuestro lugar de trabajo, al subirte a un Uber, al salir a pasear a tu perro, podemos practicar el tratar de ser personas compasivas y con valores positivos.
Mente clara y energía para caminar con paso firme, hacia adelante, sin voltear atrás, porque de las caídas, nos hemos levantado una y todas las veces que han sido necesarias y ya no nos asustan las heridas, nos llenamos de esperanzas y de enseñanzas, haciéndonos más fuertes de lo que ya somos y más aún, en estos tiempos pandémicos, como el que nos ha tocado vivir. ¡Adelante!
Natalia Rivera Bajaña: Es Coordinadora de Proyectos de Proyección Social de la Universidad Dr. José Matías Delgado (UJMD). Graduada en Comunicación en la Sociedad de la Globalización por la Universita’ degli Studi Roma Tre, Roma-Italia. Ha realizado diversas investigaciones en temáticas de Universidad-Territorio, Gobernanza y Gobernabilidad Municipal y procesos de consultoría en Retornados y Migración. Tiene una maestría en Desarrollo Local, por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas UCA. Es parte del Secretariado de la Red para el Desarrollo Territorial (Red DT) en El Salvador.